miércoles, 1 de julio de 2009

Robert K. Merton: La profecía que se cumple a sí misma

La profecía que se cumple a sí misma (Self-fulfilling prophecy)

Robert K. Merton recuperó la tesis de W.I. Thomas, sociólogo norteamericano, que afirmaba un teorema básico para las ciencias sociales: “Si los individuos definen las situaciones como reales, son reales sus consecuencias.” Cree Merton que esto es así porque los seres humanos no sólo responden a los datos objetivos, sino, y tal vez primordialmente, al sentido que la situación tiene para ellos. Por eso, una vez que han atribuido un sentido, la conducta subsiguiente resulta determinada por aquel sentido.
Merton pone ejemplos. El primero refiere el miércoles negro de 1932, cuando mucha gente quiso recuperar su dinero de algunos bancos respecto de los cuales había corrido el rumor de su insolvencia. Consiguientemente, cuando los impositores requirieron sus depósitos en avalancha, entonces los bancos resultaron insolventes.
El teorema afecta a las relaciones entre los seres humanos. Si, por el contrario, lanzamos profecías sobre la trayectoria de un cometa, éstas no afectarán a su trayectoria, pero el rumor de insolvencia afecta al resultado real. No es, por tanto, un rumor inocente.
Con un segundo ejemplo, Merton quiere hacer ver lo común de la profecía que se cumple a sí misma. Así ocurre cuando se sufre una cierta neurosis ante los exámenes y alguien se cree destinado a fracasar, de tal modo que la angustia impide prepararlos bien y, finalmente, la inicial ansiedad falaz acaba convirtiéndose en un miedo justificado. Otro ejemplo sería el de las naciones que se arman porque se cree inevitable una guerra entre ellas, y tal preparación de la guerra conduce, a partir de conflictos mínimos, a su realización.

Según Merton, en la profecía que se cumple a sí misma podemos observar los siguientes elementos:


  1. Una definición falsa de la situación, la cual suscita una nueva conducta.
  2. La nueva conducta que convierte en verdadero el concepto originariamente falso.
  3. El cumplimiento de la profecía que perpetúa el error, pues el profeta citará el curso de los acontecimientos como prueba de que tenía razón.

Se trata de una lógica social perversa, pues sabemos que la definición original es falsa.

Según Merton la profecía que se cumple a sí misma explicaba el conflicto racial y étnico en EEUU. El desconocimiento del funcionamiento de tal profecía es lo que explica que muchos ciudadanos de buena voluntad persistan en sus prejuicios, no como preconcepciones, sino, según ellos, como “hechos”. De ese modo, el ciudadano blanco justiciero apoya la política de exclusión de los negros de su sindicato obrero puesto que los negros son unos rompe-huelgas. El bajo nivel de vida de los negros les hace aceptar trabajos por salarios inferiores a los corrientes. El negro es un traidor a la clase trabajadora, y por eso debe ser excluido del sindicato. Y todo esto, según el ciudadano blanco, se basa en hechos. Sin embargo, el ciudadano blanco no se da cuenta de que, con la definición de la situación que él establece, provoca una serie de consecuencias que hacen verdaderamente imposible para muchos negros evitar el papel de esquirol. Así pues, los negros eran rompe-huelgas porque estaban excluidos de los sindicatos, lo cual es justo la tesis contraria de la que defendía el juicioso blanco excluyente.
Según Merton, sólo si se abandona la inicial tesis falsa puede romperse la consecuencia trágica de la profecía que se cumple a sí misma. Pero no es fácil que esto ocurra, puesto que en la esfera social “las ideas falsas no se desvanecen en silencio cuando se las confronta con la verdad”. Nadie espera que un paranoico abandone sus ilusiones y deformaciones mentales al ser informado de que carecen de fundamento.
Naturalmente en la sociedad todo es más complejo, por eso Merton explica cómo funciona lo que denomina irónicamente la “alquimia moral”, según la cual la misma conducta debe ser valorada de manera diferente según sea la persona que se considere. Así, por ejemplo, el “alquimista” experto sabe inmediatamente que la palabra “firme” se declina de la siguiente manera:
  • Yo soy firme.
  • Tú eres obstinado.
  • Él es terco.
Seguro que hay quien cree que todos deberían ser calificados como “firmes”, pero eso parece que sería considerado como insensato por los “alquimistas”.
Cuando esa declinación se aplica a la contraposición entre el intra-grupo (formado por los que son como nosotros) y el extra-grupo (formado por los que son diferentes de nosotros), tenemos cambios de valoraciones sistemáticos. Merton pone ejemplos divertidos, si no fuera por lo dramático de las consecuencias: Si Lincoln trabajaba hasta altas horas de la noche, era industrioso, resuelto, perseverante. Pero si nos referimos a los judíos o japoneses del extra-grupo, entonces se trata de su mentalidad de esclavos, su socavamiento de las normas norteamericanas, sus injustas prácticas de competencia.

Para Merton la fórmula clásica de esta “alquimia moral” es bastante clara. El intra-grupo dominante utiliza hábilmente ricos vocabularios de encomio y oprobio transmutando sus propias virtudes en los vicios de otros.
Merton se pregunta por qué hay tanta gente dedicada a esta alquimia moral, y recurre a las investigaciones antropológicas de Malinowski sobre las islas Trobriand, en las que el éxito sexual con las mujeres confiere honor y prestigio para los hombres. Ahora bien, el éxito desmedido de un hombre corriente se convierte en un escándalo abominable. ¿Por qué? Pues porque un éxito tan intenso corresponde solamente a los jefes y no a cualquier hombre, de tal modo que la alquimia moral es a fin de cuentas un procedimiento muy sabio para “conservar intacto un sistema de estratificación social y de poder social.” Sin embargo dicha afirmación no se presenta así en ningún momento. Nadie se atrevería a decir que los jefes han urdido un complot para mantener a cada uno en su lugar. Antes al contrario, se presenta como que los jefes son los que, tras larga preparación, conocen el orden adecuado de las cosas y, además, es una de sus pesadas cargas el imponer la mediocridad de los otros.

En conclusión, Merton considera que es necesario poner límites institucionales que prevean las fatales consecuencias de la alquimia moral. Así, por ejemplo, recuerda que, tras la gran quiebra bancaria antes mencionada, en los doce años siguientes que siguieron a la creación de la oficina federal que aseguraba los depósitos bancarios, los depositantes no tuvieron ya tantos motivos para ir corriendo a retirar sus ahorros pues el cambio institucional había eliminado las causas de pánico.

Merton analiza algunos casos, y concluye que “la profecía que se cumple a sí misma, por la cual los temores se traducen en realidades, funciona sólo en ausencia de controles institucionales deliberados.” Y termina citando a Tocqueville:
“Estoy tentado a creer que las instituciones que llamamos necesarias no son con frecuencia más que instituciones a las que nos hemos acostumbrado, y que en materia de constitución social el campo de posibilidades es mucho más extenso de lo que están dispuestos a imaginar los individuos que viven en sus diferentes sociedades.”

Merton, Robert K. Social Theory and Social Structure. New York: 1957, The Free Press.

Edición española: Teoría y estructura sociales. México: 1964, FCE.

4 comentarios:

  1. Emocionante post.
    Cuántas trayectorias individuales se habrán visto afectadas en un sentido u otro por esta "alquimia moral", concepto por otro lado muy interesante, y que me trae a la memoria aquello del "bailarín" o del "judo moral" que Milan Kundera nos descubrió en sus novelas.

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  2. Gracias por el comentario, que me sugiere la oportunidad de revisitar el texto de Kundera:
    "Según Pontevin, todos los políticos de hoy son un poco bailarines, y todos los bailarines se meten en política, lo cual, no obstante, no debería inducirnos a confusión. El bailarín se distingue del político corriente en que no desea el poder, sino la gloria; no desea imponer al mundo una u otra organización social (eso no le quita el sueño en absoluto), sino ocupar el escenario desde donde poder irradiar su yo.
    Para ocupar el escenario hay que echar de allí a los demás. Lo cual supone una técnica especial de lucha. Pontevin llama 'judo moral' a la lucha que lleva a cabo el bailarín [...]"
    Kundera, Milan. La Lentitud. Barcelona: 1995, Tusquets, pág. 6. Traducción de Beatriz de Moura.

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  3. Conocí la autoprofecía que se cumple a sí misma por Paul Watzlawick y la Escuela de Palo Alto en La Teoría de la Comunicación Humana. Honor a quien honor merece, agradezco a ambos por la aportación, ya que la he empleado en mi tesis doctoral (Universidad Complutense de Madrid) para estudiar en 15 parejas lo que denomino "Ficciones de Género" (o la manera en que cada uno presenta la historia de su relación de pareja y sus mayores deseos y temores).
    Si trato de emplear los tres elementos que Ricardo nos presenta aquí, en México, la pauta predominante en los varones fue:
    1. La primera mujer con la que sostuve una relación me fue infiel y/o me humilló, por amarla tanto.
    2. Si yo vuelvo a amar, me van a volver a engañar y someter en la relación. Lo he intentado, pero...
    3. Es preferible que yo engañe y maltrate a mi pareja, para que ella no me humille a mí. Creo que no puedo amar a nadie más como a la primera.

    En cambio, en las mujeres que entrevisté, predominó el decir:
    1. Al inicio de la relación él me amaba tanto y me lo demostraba de tantas maneras...
    2. Yo empecé a amarlo tanto como él a mí, pero le respondí tarde y ahora él está alejado. No sé qué le pasa.
    3. Alguna vez, algún día, amándolo, lograré que él me ame de nuevo como al principio.

    Me pregunto, ¿cómo poner "límites institucionales" en la comunicación pública para desmentir estas ficciones y quitarnos velos que enmascaran-perpetúan conductas de domi-sión (dominación masculina y sumisión femenina)?
    María Adriana Ulloa Hernández
    (candidata a doctora en Comunicación, Sociología y Cultura, depto. Sociología IV, UCM).

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  4. El cumplimiento de la profecía que perpetúa el error, pues el profeta citará el curso de los acontecimientos como prueba de que tenía razón.
    POR SUERTE SON MAS LAS PROFECÍAS QUE MUEREN EL DÍA QUE DEBÍAN CUMPLIRSE, DE LO CONTRARIO TENDRÍAMOS MILES DE PROFETAS LLENÁNDOSE LOS BOLSILLOS.

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